Sillas / cultura arquitectos modernistas como Marcel Breuer (con su silla Wassily, de 1925) o Le Corbusier (con la LC4 Chaise Longue, de 1928). De la madera al plástico. Pero si, como aseguraba el diseñador Ramón Úbeda, a través de una silla “se puede escribir la historia del diseño”, la crónica también se de- tiene, poco tiempo después, en los años treinta. En aquella década, el diseño nórdico logró llevar “la madera hasta los límites de lo posible”. Así lo demostraron el finlandés Alvar Aalto (con su silla Paimio, “la realeza del mueble”), y los daneses Arne Jacobsen (con la “escan- dalosa” Serie 7 o la silla Egg), Finn Juhl (y su colección Pelikan de sillas y sillones, conocidas como “las morsas cansadas”), y Hans Wegner (y la Wishbone, una de las sillas más vendidas del siglo XX). Poco a poco, la madera fue cediendo paso a otros materiales. Quienes reflejaron a la perfección la tran- sición fueron los americanos Charles y Ray Eames, en 1948. Los Eames decidieron utilizar fibra de vidrio, re- sina plástica (que, por cierto, encontraron en tiendas de excedentes de guerra) y metal. Además, buscaron la mejor forma de reducir los costes de fabricación a la hora de realizar muebles en serie (no es casualidad, que, en aquella época, el MoMA, minoristas y fabricantes or- ganizaran el International Competition for Low Cost Furni- ture Design). De la Eames Office salieron muebles como la Lounge Chair, exponente del American Way of Life, y la Plastic Armchair, un asiento de una sola pieza que, pese a su nombre, en un primer momento se concibió en metal, puesto que Charles y Ray eran “agnósticos” en lo referente a materiales. La apuesta definitiva por el plástico llegó en 1959, coincidiendo con los inicios del pop art. Tardaría, eso sí, siete años en producirse, tiempo en el que Vitra, el fabricante de mobiliario de diseño, estuvo trabajando estrechamente con un arquitecto y diseñador (de nuevo) danés: Verner Panton. “El plástico solo se utilizaba para fabricar cubos y cosas así. Fue necesario experimentar mucho antes de que Vitra encontrara finalmente el ma- terial adecuado”, recuerda Marianne Panton los inicios del que, con los años, se ha convertido en un icono del diseño industrial: la Panton Chair. Aunque no solo fue una cuestión de materiales: es que ni siquiera pensaron, en un principio, que fuera una silla. “¡Parecía una ameba! Además, ¡no te podías sentar en el prototipo!”, reconocía la esposa del diseñador. Llegó la revolución. A finales de los sesenta y principios de los setenta, uno de los arquitectos más influyentes de la historia, Frank Gehry, lanzó una colección de mue- bles de otra dimensión, con formas orgánicas y apos- tando por un material muy poco convencional, como es el cartón. Su nombre, Easy Edges, donde se incluye la silla Wiggle. Tal fue el éxito de estos “muebles de papel para tacaños”, como así los calificó The New York Times Magazine, que llegaron a opacar el trabajo de Gehry. Así que, en los años ochenta, el arquitecto cedió finalmente a Vitra los derechos de su creación. Aunque la experimentación con nuevos materiales y con nuevas ideas no había hecho más que empezar. “Hacer sillas fue una desviación de mi trabajo. Las pri- meras las encontré entre la chatarra cuando fui a buscar hierros para hacer esculturas”, aseguraba el diseñador, artista y arquitecto Ron Arad a El País. “La Louis Ghost fue creada por nuestro subconsciente colectivo y es solo el resultado natural de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro”, decía Philippe Starck sobre su atre- vido diseño, realizado con inyección de policarbonato en un único molde, que se inspiró en la silla Luis XV y que comercializó Kartell, una empresa de muebles que, curiosamente, fundó la arquitecta y diseñadora Anna Castelli junto con su marido Giulio. Y es que no son pocos los profesionales que se han dejado y se dejarán atrapar por lo que Mario Bellini con- sideraba “un objeto difícil. Todos los arquitectos y dise- ñadores han intentado hacer una”. Así es, aunque, como reconocía este italiano, “nunca se ha inventado la silla definitiva”. • Silla Panton © Vitra Diseños para “la familia modesta” Las reflexiones de los arquitectos sobre las sillas (y el mobiliario) no se han limitado al diseño o los materiales. “Deben ser desmontables y ligeros, pues hoy los muebles viajan, no con sus propietarios, sino embalados (…). Deben ser limpios y de trazado sencillo (…) pues el hombre necesita un ambiente sedante. Deben ser poco voluminosos, aunque confortables, pues las casas son pequeñas y se llenan con poca cosa, y hoy no se trata de adornar, sino de decorar”. De esta forma se expresaba, en 1963 en la revista Temas de Arquitectura, el arquitecto español Alberto López-Asiain. Junto con su hermano, Carlos, se preocuparon por “crear un mueble español actual y útil para su fabricación en serie y, al mismo tiempo, agradable para el usuario, en este caso, la familia modesta”. Siguiendo este argumento concibieron, por ejemplo, sillas con respaldo tapizado en piel con ca-pitoné. Pero no solo eso. También se convirtieron en representantes del que, entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, fue uno de los laboratorios más importantes del diseño de mobiliario doméstico en España. Su centro, Madrid, y ahí se incluyó el tra-bajo también de Rafael Moneo, Enrique Nuere, Aurelio Biosca o Miguel Fisac, con su ya clásica silla Toro.