ilusiones y recuerdos «Las pequeñas africanas han optado por nuevos lares para instalar su contingente migratorio y lo que antaño era considerado como zona codornicera por excelencia se ha convertido hoy en un erial» Ilusiones y recuerdos La escuela de la vida tan implacable y huérfana de empatía actúa como madre, amante y viuda, pero no es capaz de domar el huracán de las emociones, tan inciertas como diferentes, tan inesperadas como perennes. Y con el paso de los años me eriza la piel recordar los amaneceres de la vieja Castilla en agosto, la Castilla sin concentración parcelaria, de terrones y linderos, de rocíos y olor a paja húmeda, de tabernas abiertas al amanecer y cazadores con ropa vieja, alma joven y espíritu inque-brantable. Me emociona recordar las vigilias interminables el día de apertura, la figura enorme de mi padre proyec-tándose en el horizonte y colocándose la canana con tranquilidad, rellenando cada hueco, cargando tranquila-mente su Breda, mientras el Tony, esbelto setter irlandés, espera tranquilo y tenso a la vez con su primera mues-tra: se sucederán sin descanso prácticamente y durante toda la mañana las arrancadas ruidosas de las pequeñas africanas, polladas que salen solas por doquier, detona-ciones en cada rastrojo, nos cruzaremos con un sinfín de escopetas venidas desde el País Vasco, Cantabria o, incluso, Francia, perros de todas las razas y mil sangres, perchas repletas, y botas de vino avivando el espíritu y calmando la sed a la hora del almuerzo en el regazo de alguna chopera, mientras los sufridos y aspeados canes se refrescan en el arroyo o alguna fuente cercana. Hoy, por quedar, no queda ni paja el día de la apertura, la mayoría de aquellas fuentes ya no existen, los arroyos que no han sido engullidos por la concentración parcelaria bajan secos y los linderos han muerto antes de nacer sin paraguas que los libre del asesino silencioso: el glifosato. Ante esta desalentadora perspectiva las pequeñas africa-nas que, como todas las migratorias de tontas no tienen un plumón, han optado por nuevos lares para instalar su contingente migratorio, y lo que antaño era considerado como zona codornicera por excelencia se ha convertido hoy en un erial donde se vive de recuerdos e ilusiones en el que cualquier tiempo pasado fue mejor. Vendrán años malos y menos malos, pero nunca volvere-mos a disfrutar de temporadas como las de antaño: hoy entre todos los cazadores de un coto no llegarán a matar lo que antes mataba uno solo en el mes de agosto. Esta nueva realidad ha propiciado que muchos cazadores op-ten por borrar la media veda de sus calendarios y esperen septiembre y la caza mayor como alternativa a colgar los trastos de forma definitiva. Muchos otros hemos optado por un cambio de paradig-ma y nos hemos reinventado (a la fuerza ahorcan) para poder seguir emocionándonos cada mes de agosto: la caza de la codorniz ha dejado de ser un fin para ser un medio. Un medio que se convierte en escuela, univer-sidad y máster para selección y perfeccionamiento de los mejores ejemplares caninos. Unos optarán por razas continentales, otros británicos y, los menos, nacionales. Pero la astucia de esta pequeña ave ha conseguido que nos emocionemos con lances de calidad por encima de cantidad, que busquemos la plasticidad de una muestra o un patrón múltiple de nuestros canes, que nos erice la piel esas guías imposibles, manteniendo la distancia, arras-trándose felino por el rastrojo, con la nariz alta, buscando las emanaciones de cara, belfando… estampas irrepeti-bles, que, inmortalizadas en móviles y, sobre todo, en la memoria, sustituyen a las perchas de antaño.