Amanece septiembre Elección del puesto ‘Memorias del Melena, por mi pezuña y letra’ El aire, el mayor enemigo de las esperas «El celo les obliga a bajar la guardia y, por lógica, ser más visibles al ojo humano encontrándose, al igual que su hermano de montería, el venado, sexualmente activos» ‘Memorias del Melena, por mi pezuña y letra’ Con tal de haceros partícipes de la importancia que tienen sus actos, que mejor que entresa-car de mi libro Memorias del Melena, por mi pezuña y letra, los párrafos que, con un pro-fundo lirismo, hacen alusión a la pelea que mantuvo el Melena con el temible Buscarui-nas, siendo el jabalí quien lo narre: «La espuma, blanca y espesa, que en aquellos momentos emanaba de mis fauces, era sencillamente distinta; a ésta se la veía colérica y llena de ira. Nuestras fuerzas corrían igualadas flanco con flanco en continuos círculos, atizán-donos tremendos colmillazos sobre los escudos, que ni por un momento soñaríamos traspasar. Cualquiera que los apreciase de cerca temblaría ante semejante visión. Apenas sí se sostenía en ellos alguna desdichada cerda; el barro reseco y quebradizo de toda una vida era ya parte integrante y de vital importancia en el lento hacer y es-merado temple de la seguridad y confianza que otorgan unos escudos repletos de cicatrices y costurones. Más de lo que podríais imaginaros estuvimos de aquí para allá, encolerizados y recargando el ambiente del respeto, la obediencia y el estupor de una patética y acalorada lucha en la que los bufidos, gruñidos y chasquidos conseguirían poner los puntos y las comas a un texto, donde cabría re-marcar los renglones donde se cuestionara la lucha por la supervivencia. Me armé con más coraje en el apreciadísimo instante en que me dejé caer desplomado, haciendo gala de una afianzada experiencia, para atizarle con una fiereza desmedida toda la malicia de un puñalón entre los espa-cios intercostales de las vértebras novena y décima. Salió suelto y herido; pareció buscar resignado un camino con menos complicaciones y prejuicios. Me confié, creyéndolo desarmado y cabizbajo; no recordé el peligro que encie-rra el orgullo lisiado de la fama, cuando ésta es obligada a desparramarse vencida por el polvo del terreno. Hacía calor y la sequedad se propagaba por todo mi cuer-po, busqué con ansia la mezcla de barro y agua. Había vencido por abandono del adversario. Pasé a zambullir-me hasta las orejas en un meritorio baño, cuando sentí perforar mis entrañas con una colmillada justo debajo del nacimiento de los lomos. El instinto se apoderó de mis miembros y con todo mi ímpetu salté hacia delante. El si-guiente paso lo dediqué a revolverme y a cometer contra aquel judas con toda la rabia, el furor y la vehemencia que despierta el ardid y la argucia de todo lo cobarde. Ahora sí quedó demostrada mi infinita superioridad cuando me jacté con él cosiéndolo a navajazos. Su última mirada fue difícil de olvidar, ardía en destellos de clemencia, se alejó desdeñoso, con respiración entrecortada y quejumbroso, afligido, cojeando y ensimismado en un torrente de lágri-mas internas que desembocarían en el fondo del lecho de su propia historia». Amanece septiembre La berrea, ya lo dice una soleá anónima de la marisma andaluza, es el gritar los amores y las ansias de los machos de verdad. Los ve-nados más potentes –que durante el estío no se dejaron ver, debido a la «vergüenza» que les supone no tener plenamente desarrolla-das sus cuernas–, salen de sus profundidades y soledades para encontrar un claro del bos-que que les sirva de picadero. Pues bien, el mismo ímpetu y las mismas ansias son extra-polables a los jabalíes, ya que, desde mediados de agosto hasta finales de septiembre –pudiendo variar según la si-tuación geográfica–, es cuando las hembras mantienen su primer celo, con lo que resulta relativamente fácil ver a las partidas de cochinas secundadas por algún macho, si bien su puesta en escena no tiene apenas repercusión, ya que se desarrolla a oscuras, en el marco de las soleda-des serreñas y en la intimidad del grupo, sin apenas trans-cendencia, salvo los fuertes gruñidos de pasión emitidos por el más fuerte, por lo que nos resultará más fácil abatir un jabalí medallable. Pero, ya no sólo por la escasez de alimentos tras el tórrido verano, sino porque el celo les obliga a bajar la guardia y, por lógica, ser más visibles al ojo humano encontrándose, al igual que su hermano de montería, el venado, sexualmente activos. Una constante en esta época serán las disputas por el harén de las hembras que hayan salido altas, cortejo que he tenido la fortuna de presenciar en diversas ocasiones. Serán, por tanto, esas fechas las más propicias para ha-cerse con un buen trofeo, dado que se les nubla la razón ante el deseo carnal por las hembras, las cuales no salen altas todas a la vez. Motivo por el que deberemos perma-necer más atentos a las piaras de cochinas, ya que atrás, guardando cola, puede que venga el animal que desde siempre nos quitó el sueño. Para ordenarse en el tiempo, conviene saber que la ges-tación dura cuatro meses, naciendo los primeros rayones desde mediados de diciembre en adelante, pudiéndose prolongarse las venidas al mundo hasta febrero. De ahí, mi consejo de no montear a finales de temporada, ya que las madres tras el enfrentamiento con los perros y la per-dida de sus crías jamás volverán a pisar la mancha. Típica pantaneta de verano, con las orillas muy tomadas por los jabalíes y otros animales del bosque mediterráneo. José Carlos Aguilar, preparándose para disparar en una espera, con el arma apoyada en un trípode. Elección del puesto En el número de julio empecé el cabildo de las esperas, ofreciendo sabios consejos. Pues bien, más importante que la ubicación del aguardo en sí es la elección del puesto, para lo cual deberemos permanecer lo más alejados posible –ochenta a cien me-tros– y en zona elevada, de manera que podamos evitar revoques y que, con ello, se aireen con facilidad, siendo preferible que éste se mantenga uniforme y sientas el so-plo fresquito de nuestros tesorizados sueños en la cara, que en el tiempo de verano –norte– traerá una dirección diferente a la del otoño/invierno –sur–, donde los aires vienen de abajo. De cualquier manera, durante estos meses son frecuen-tes las oscilaciones térmicas entre el día y la noche, de ahí que tengamos que estar muy atentos a los posibles cambios repentinos del aire. Suelo suspender de una rama cercana una rémige pri-maria de un buitre, a modo de veleta, manteniéndose útil hasta que se pele, con el fin de que, a la menor alteración, se percate uno del cambio. Rellenando los bidones de grano para aquerenciar a los animales. El aire, el mayor enemigo de las esperas Es una realidad que los días de mucho vien-to la caza, en general, se acobarda y no sale al descubierto, ya que las ráfagas de aire no dejan a los animales escuchar con nitidez, por lo que difícilmente abandonarán el abrigo del monte mientras imperen estas circunstancias. Luego, quede claro, que el aire es el principal enemigo de las esperas. Esas noches, mejor quedarse en casa haciendo vida familiar. A mi juicio, para lo único que es bueno el viento es para la caza de torcaces al paso, dado que éste cimbrea con fuerza las ramas de los árboles, obligándolas a emprender el vuelo bajo y exponerse en sus desplazamientos. La entrada de un buen macareno, ¡el sueño de todo esperista!