Equipo para las esperas Armas, calibres y apoyos: normas en la ejecución del lance VER DOCUMENTAL No te pierdas el documental ‘Aguardos de verano en Cuenca’ «A las esperas hay que ir bien abrigado tanto si es verano como invierno y, a su vez, cómodos, pensando que, a veces, un aguardo puede llegar a prolongarse toda la noche» Equipo para las esperas A las esperas hay que ir bien abrigado tanto si es verano como invierno y, a su vez, cómo-dos, pensando que, a veces, un aguardo pue-de llegar a prolongarse toda la noche. La ropa que utilicemos no debe resultar pesada ni pro-ducir ruido al roce. En verano utilizo unas alpargatas con calcetines gordos y, en las demás estaciones, botas de agua o similares, siendo necesario que sean de una bue-na marca. En la medida de lo posible deberemos evitar los deste-llos o brillos del arma, por lo que aconsejo forrar el caño, la mira, el trípode e, incluso, el banquillo, con una venda cohesiva de camuflaje. Lo mismo sucede con los prismáticos, los cuales deben montar una excelente óptica, dado que para un aguardis-ta consagrado es mucho más importante que la propia arma, ya que nos sirve de gran ayuda a la hora de catalo-gar al animal. Remedios, la pareja del autor, a principios de junio, contenta y satisfecha con su primer jabalí de espera. Armas, calibres y apoyos: normas en la ejecución del lance Para afrontar este tipo de lances es necesario permanecer relajado, sin precipitaciones que valgan, con los cinco sentidos alienados en la ejecución del lance y sin vacilaciones, ya que, cuando por fin se nos presente la oportunidad, de ninguna de las maneras podemos marrar el tiro y, menos, que se nos pueda ir el trofeo ‘pe-gado’. Luego, recomiendo acometer el dispa-ro con prontitud, conteniendo la respiración en el momento de apretar el gatillo y, lo más importante, dejando que el tiro nos sorprenda. Por norma y siempre que el rifle no sea el habitual, no debemos palpar el gatillo hasta tener la cruceta de la mira sobre la paleta del animal, dado que no sabemos las libras en las que está ordenado, con lo que nos evitaremos más de un disgusto. En las esperas, en el momento del disparo, el rifle debe permanecer siempre apoyado, en un trípode o con ambos codos apoyados sobre las piernas, aunque lo ideal es que el arma permanezca en reposo en el trípode, con lo que no nos encontraremos fatigados. A veces los mejores apoyos son los de fabricación casera, sin olvidar las crucetas de los árboles, el mejor apoyo natural a la mano. En lo referente a la marca del arma, hoy en día cualquier rifle es bueno, si bien me decanto por los de fibra sintética –pesan menos– y los de caja larga, puesto que son más cortos y manejables. En cuanto a los calibres, los más aconsejables son el .300 WM o superiores, también el 7 mm RM y, en menor medida, el .30-06 Sprg., aunque es igualmente eficaz siempre que se utilice una punta de calidad. A los cochinos grandes hay que apuntarle en el centro de la paleta, que la bala rompa hueso y los paralice en seco. Utilizando calibres más pequeños, como puedan ser el .308 W, 7 mm-08 R o el .243 W, tras impactar sobre los escudos, algunos jabalíes se levantan para encontrar finalmente la agonía de la muerte donde les lleven sus fuerzas, sin darnos opciones de cobrarlo. Una cosa más, cuando una res muere enmontada no esperemos encontrar pajareras, ya que estas sólo son posible verlas cuando caen en los limpios. Para terminar, invitaros a que seáis pacientes y derrochéis mucho culo hasta lograr abatir al macareno soñado, dando pie al origen de numerosas tertulias a pie de chimenea o relatos en barra en las que sólo se hable de campo y de cochinos jabalines. Como colofón, un epílogo admirablemente logrado por Ortega y Gasset que nos abrirá el apetito por encontramos en un nuevo verano: «Le seguí por umbrías y solanas buscando sin odio. / Le aceché en vano a orillas de siembras y rastrojos, y no le guardé pena. / Y con el más puro instinto predador, le quité la vida sin quererle la muerte. / No me preguntéis las razones de por qué lo hice, ni me agobiéis en un compromiso sin respuesta. / Es la sierra, la noche sombría, la frescura del alba. / El olor penetrante del espliego y del musgo húmedo. / Es la encina curtida, la leña quebrada y el susurro eterno de la espesura. / Es lo ancestro, lo atávico, es la caza». Esta cabeza disecada se ha hecho reina en el salón del autor: “Me da la sensación de que vivo ‘toavía’ está, animando mi afición”.