ñar la moralidad médica desde los orígenes, descubrir sus fuentes y significados, y amoldarlos a un tiempo nuevo y a una medicina distinta. Una ética médica que fuera respe-tuosa de su tradición moral pero abierta a la sociedad y a todos los médicos y profesionales sanitarios del momento. Reconstrucción de la ética médica Con igual aleatoriedad, podemos fijar el inicio de esta cuarta etapa en la publicación de A Philosophical Basis of Medical Practice (1981), un libro breve pero importante, donde ya están presentes los mas significativos temas de su proyecto. La parra de la que penderán los frutos, la arquitectura y los significados éticos del acto médico clínico desde la perspec-tiva y la conciencia del profesional. No desde el negocio o el Estado. Durante los diez o doce años siguientes publicará mas de doscientos trabajos donde, junto a los temas clásicos de su experiencia, irán apareciendo las materias claves de su fu-tura reflexión ética. Publica dos libros decisivos en colabora-ción con Thomasma, el primero For the Patient Good (1988), un texto clave que restaura el “bien del enfermo” como ras-go nuclear de la nueva ética, que profundiza y jerarquiza la propia idea del “bien”. El segundo, un lustro después, The Virtues in Medical Practice (1993), obra recientemente tradu-cida al español que alumbra el modelo de “ética de virtudes médicas”, de base aristotélico-tomista, como respuesta a la desnortada hegemonía del principio de autonomía que se imponía. Tiene un claro mensaje a contra-corriente: las mejores elec-ciones en ética clínica corresponden al médico y no a una obediencia ciega a la autonomía del paciente. Ambos son seres autónomos y ambos deben actuar y respetarse mu-tuamente. Ninguno de los modelos de ética aplicada actuales, de cual-quier ética en “tercera persona”: deontologismo, casuis-mo, utilitarismo, el discurso o los consecuencialismos, etc., responde satisfactoriamente a la identidad profunda de la medicina, y en consecuencia a la toma de decisiones mo-ralmente acertadas. El proceso del acto médico no puede ignorar al sujeto capital de las decisiones clínicas compro- metidas, al médico, a la figura a través de la cual, necesaria-mente, discurren todas las elecciones y/o decisiones. De ahí la importancia del fomento del carácter moral del profesio-nal y la asunción de un conjunto de virtudes, adquiridas y ya transformadas en fuertes convicciones. Así pensó Pellegrino y por ello su “ética de virtudes médicas”. Conclusión Nuestro tiempo discurre diferente al de Pellegrino, con una socialización del acto medico hegemónica, un ejercicio pri-vado intervenido y una dependencia sustancial de las leyes del Estado. El pensamiento médico, su filosofía moral, queda esbozado solo en la deontología, que rige para control de los errores médicos por los Colegios Profesionales, pero siempre suje-ta a la ley civil. El poder de las instituciones representativas de la medicina no goza de un claro prestigio profesional, pese al apoyo de la Asociación Médica Mundial (AMM). La ética médica como orientación y motor del ejercicio queda en un segundo plano, más cerca de la conciencia moral indi-vidual de cada médico que de un conocimiento profundo y académico de sus modelos. Frágil, bastante frágil todo, para afrontar el embate de las ideologías. Aunque, eso sí, como la pandemia ha demostrado, tenemos una población sanitaria de médicos y enfermería abnegada y generosa, que ha con-vencido rotundamente a la sociedad, lo que no es poco, en años donde las críticas superan ampliamente a los elogios y las estimaciones. Con esta breve aproximación a Pellegrino, cuya figura exi-giría de un estudio preferencial y profundo aquí imposible, se esboza la fuerza de su amor a la medicina y su más que posible influencia en el futuro, cuando otros grandes mé-dicos recojan el testigo y lo difundan. Y con ello el carácter pionero de su obra, sólo iniciada y a falta de asimilación y concreción, y de un reconocimiento institucional. Un desafío que seguro llegará en un tiempo médico distinto y una sociedad diferente, y que queda así en las exclusivas manos de aquéllos que, como el maestro, suscribirán siem-pre sus poderosas convicciones. • GRANDES NOMBRES > Edmund D. Pellegrino