¿Qué implica esta enfermedad? Sigue leyendo ahora es habitual en las unidades de alergia y aparato digesti-vo”, explica Alfredo Lucendo, jefe de Sección de Aparato Diges-tivo del Hospital General de Tomelloso y presidente de la Socie-dad Europea de Esofagitis Eosinofílica (EUREOS). “De hecho, se estima que en España una de cada 850 personas padece esta patología”, añade. El doctor Lucendo es uno de los principales referentes de es-ta enfermedad en todo el mundo. Lleva más de 20 años investi-gando la esofagitis eosinofílica e intentando que se conozca más entre la profesión médica para evitar años de sufrimiento a los pacientes que, como Erika, no encuentran un diagnóstico ni ali-vio para sus síntomas. “Estos síntomas pueden ser muy varia-bles, pero fundamentalmente hablamos de disfagia (dificultad para tragar) e impactación (el alimento se queda detenido en el esófago y no avanza hacia el estómago). A ellos se suman vómi-tos, dolor torácico, reflujo…”, explica el experto, que insiste en la importancia de que se forme en esta enfermedad a los médicos de Atención Primaria, para identificarla lo antes posible. “En España hay un retraso del diagnóstico de dos años en niños, y de más de siete años en adultos”, señala Miriam Espi-nosa, presidenta de la Asociación Española de Esofagitis Eosi-nofílica (AEDESEO) y madre de un hijo con esta enfermedad. “Tenemos casos de personas que la han sufrido desde hace más de 40 años, cuando ni se conocía ni se trataba”. Erika, por ejemplo, no ha tenido un diagnóstico hasta hace tres años. “Cuando vi en Facebook una página en la que hablaban de esofagitis me dije: ‘Esto es lo que me pasa’. Me fui a una aler-góloga, le expliqué mi sospecha y tuve la suerte de que ella sí sabía en qué consistía. A partir de ahí, todo cambió”, cuenta. Cómo se diagnostica. Para llegar a ese diagnóstico, explica el doctor Lucendo, no bas-ta con que el paciente presente los síntomas característicos de la enfermedad. “Hay que hacer una biopsia que confirme una inflamación densa del esófago, en la que se distingan los eosi-nófilos, un tipo de células del sistema inmunitario que se pre-sentan en la enfermedad y le dan su nombre. Asimismo, hay que descartar que pueda haber otras causas que hayan pro-ducido este crecimiento de los eosinófilos, aunque este último supuesto es muy infrecuente”, explica. Erika recuerda aquellas pruebas. “Me hicieron una endos-copia y tenía tan inflamado el esófago que no podían ni meter el tubo; llevaba tantos años castigándolo que no bastaba con desinflamarlo: tuvieron que meterme un expansor que llevé durante cuatro días. Al menos, logré dilatar un poquito y, a par-tir de ahí, sé lo que es comer sin notar que el alimento se pegue a la garganta”, recuerda. ¿Por qué ahora? Poco a poco, y ante el incremento de casos, se va investigando más sobre esta enfermedad. La gran duda que surge es por qué ha hecho su aparición; más aún, qué es lo que ha propiciado que cada vez más personas la sufran. Esta pregunta nos lleva directamente al origen: ¿cuáles son sus causas? Si, como seña-laba el doctor Lucendo, esta reacción alérgica se produce habi-tualmente ante la ingesta de determinados alimentos –funda-mentalmente el gluten y los lácteos–, ¿por qué es ahora, y no antes, cuando aparece la enfermedad? “Algo ha sucedido en los últimos 40-50 años que ha modifi-cado nuestro sistema inmunitario y ha hecho que el organismo produzca anticuerpos ante determinados elementos de la die-ta”, expone el experto, que señala que hay que enmarcarlo en el contexto de la vida moderna. “Cada vez hay menos enfermeda-des infecciosas y, a cambio, más patologías con una alteración del sistema inmunológico. Hoy, todas las alergias están en ex-pansión y también las enfermedades autoinmunes”, comenta. Entonces, ¿por qué unas personas la sufren y otras no? “No sabemos con exactitud qué es lo que dispara la enfermedad. Hay una carga genética que facilita que ciertos individuos res-pondan de una manera exagerada a esos alimentos. Pero tam-bién hay una conjunción de factores ambientales, desde los alimentos ultraprocesados a problemas con la microbiota. El peso ambiental, no obstante, es mayor que el de la genética”, reconoce el doctor Lucendo. Hay tratamiento. Afortunadamente, hay opciones de tratamiento. El caso de Eri-ka es representativo de un elevado porcentaje de pacientes que sufren la enfermedad: “De entrada, me retiraron el gluten y los lácteos. Como tratamiento farmacológico, tomo sencillamente omeprazol, y me va bien: tengo la suerte de que mi caso es del tipo más leve. Aun así, quedan secuelas: no te atreves a tomar carnes rojas o medicamentos en cápsulas…”. La retirada de los alimentos que causan el problema es la op-ción ideal, pero, como explica Lucendo, “no resulta fácil identifi-car con exactitud este alimento, ya que no se produce una reac-ción alérgica inmediata tras la ingesta, ni tampoco disponemos de pruebas en sangre o piel que determinen la causa. Retirar los alimentos e irlos reintroduciendo y haciendo endoscopias para ver si sigue la enfermedad es un proceso laborioso”. “En cuanto a los medicamentos, un 50% de los pacientes res-ponde favorablemente al omeprazol, y no porque tenga que ver con los ácidos o el reflujo, sino por un mecanismo antiinflama-torio que se ha descubierto recientemente. Es eficaz, barato y seguro”, señala el experto. Cuando no funciona este fármaco, queda la opción de los corticoides. “El problema es que los fár-macos sistémicos, como la cortisona o el Urbasón, causan efec-tos adversos cuando los usamos a largo plazo”, analiza. La idea es utilizar corticoides sintéticos, como los que se usan para el asma, que son seguros a largo plazo. “Pero hay que tener en cuenta que su efecto es tópico, y resulta complicado untar el esófago con un corticoide. El reto es cómo administrar-lo, y en estos momentos hay varios fármacos que están en pro-ceso. También se están desarrollando muchos medicamentos biológicos (aquellos que se elaboran con organismos vivos, co-mo células modificadas), aunque aún no han demostrado que sean superiores a los corticoides”, adelanta Lucendo. Nuevos fármacos que no llegan. Surge aquí otro problema: el acceso a los tratamientos, que sigue retrasándose en España con respecto al resto de Europa. Los pa-cientes se quejan de la lentitud con la que Sanidad aprueba fár-macos que ya cuentan con el visto bueno de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y que se están administrando en otros países, explica Miriam Espinosa: “Son tratamientos caros, cróni-cos y de por vida, pero hay mucha demora”. Un retraso que confirma Lucendo. “Ya hay un fármaco muy eficaz y seguro y, aunque en los ensayos han participado ma-sivamente pacientes españoles, hemos sido los últimos, junto con Portugal, en aprobarlo”, comenta. Esta queja es una batalla constante. “El retraso en el acceso a medicamentos que han de-mostrado su eficacia y que se están utilizando en otros países no es tolerable. Ahora mismo estamos pendientes de un nuevo fármaco, aprobado por la EMA, y que en España todavía no ha llegado a plantearse para su aprobación. Hay demasiada buro-cracia”, finaliza Espinosa. Sigue leyendo ¿Qué implica esta enfermedad?