Daniel Jiménez. Escritor. El incidente (Seix Barral) es su última novela. la tiranía de las fachadas FIRMA INVITADA Hace un par de meses tuve la oportunidad de ejercer como presen- tador de un libro titulado ¡Oh, Susana! Se trata de una novela técnica escrita por el arquitecto Manuel Ocaña que ha sido publicada por la editorial Plasson e Bartleboom. El punto de partida del proyecto, y lo que marca el avance de la trama, es un encargo sencillo: reconvertir la antigua pocilga de una finca en un espacio confortable para tres generaciones de una misma familia. La arquitectura como lugar de encuentro. En el libro, Manuel Ocaña da indicaciones por WhatsApp a Susa- na, la guardesa de la finca, para que ella sola rompa y excave, pinte e ilumine, mientras él va destilando “declaraciones exageradas e in- terpretaciones excesivas”, referencias artísticas y anécdotas perso- nales. El resultado es un artefacto inteligentísimo a caballo entre el viaje de iniciación (hacia la literatura, el de Ocaña; hacia la maestría, el de Susana) y la crítica razonada contra esa Academia que custodia la enseñanza sin enseñar realmente a construir. La arquitectura como búsqueda y aprendizaje. Frente a la ostentación y el egotismo que derrochan algunos fa- mosos arquitectos, y no pocos escritores, Manuel Ocaña ha optado por mostrarnos todo lo que está detrás de una obra, desde su gesta- ción y utilidad hasta su desarrollo y ejecución. La arquitectura como ejercicio de transparencia. Son esos tres propósitos los que conectan la obra con la literatura que necesitamos en tiempos de falsas apariencias: una narrativa que ponga en duda la versión oficial y que desvele lo que otros se empe- ñan en ocultarnos. Pondré un ejemplo. Prácticamente a diario, un grupo de turistas, comandado por un guía, se planta delante del edificio donde vivo por- que la fachada fue remodelada hace medio siglo por un celebérrimo arquitecto. El edificio llama la atención por sus manierismos, por su balconada y por el portalón enrejado en forma de arco de medio pun- to de la entrada. Por fuera, y para los de fuera, esa fachada de dos tonalidades ocres es un fondo inmejorable para hacerse selfies. Por dentro, en cambio, no hay más que ruina. En todas y cada una de las plantas hay grietas, agujeros en el sue- lo, cables eléctricos a la vista, escalones desnivelados. En un tramo de escaleras hay muros apeados con tablones improvisados y podridos. Las paredes tienen humedades por el pésimo aislamiento y el ascensor del inmueble se queda parado cada dos meses. Para mayor escarnio, al estar la fachada protegida, los administradores no nos permiten a los inquilinos poner aire acondicionado en nuestras viviendas porque los aparatos que hay que colocar en el exterior afean el aspecto del edificio. Escribo este artículo, espoleado por las sinergias entre arquitectu- ra y literatura transmitidas por Manuel Ocaña, con una intención cla- ra: repensar el modelo urbanístico al que nos quieren abocar aquellos que prefieren contentar a los millones de visitantes que se alojan en pisos turísticos céntricos y bien aclimatados antes que garantizar la habitabilidad de nuestras viviendas y el bienestar de los ciudadanos. El arte, finalmente, como denuncia. © Enrique Barrio Buceta